Por: Erika López Guerrero, Psicóloga clínica, Mg. Género e Intervención Social .
Este 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una fecha sumamente importante para las mujeres, pues nos recuerda la lucha por nuestros derechos. En esta ocasión, quiero resaltar precisamente esto: «la lucha por nuestros derechos», los cuales, a pesar de encontrarnos en el 2025, han sido puestos en duda. Esto me lleva a recordar las sabias palabras de Simone de Beauvoir: «Nunca olvides que una crisis política, económica o religiosa será suficiente para que los derechos de las mujeres sean cuestionados».
Parece que una parte de la sociedad pretende retroceder en materia de derechos humanos, particularmente en lo que respecta a las mujeres y diversidades. Se busca «volver a lo de antes»… ¿Por qué? El modelo sobre el que se sostiene nuestra sociedad se basa en el menoscabo y la pérdida de derechos de las mujeres. Recordemos que representamos más del 50% de la población mundial y que la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado es realizado por nosotras.
Las mujeres sostienen el mundo, sostienen la organización sociopolítica de manera gratuita, precarizada y sin reconocimiento. La salida del ámbito privado-doméstico hacia la vida pública implica también la pérdida de privilegios para otros. En este sentido, la igualdad de derechos representa una amenaza para quienes gozan de estos privilegios. El modelo de sociedad actual es insostenible y no es compatible con los derechos de las personas, menos aún con los de las mujeres, especialmente las mujeres pobres, migrantes, lesbianas y racializadas. En este contexto, me pregunto: ¿qué pasaría si un día dejamos de cuidar a otros? ¿Qué pasaría si un día las mujeres paramos? El mundo se derrumbaría.
A mi parecer, los avances en los derechos de las mujeres resultan amenazantes para los sectores más conservadores y privilegiados. Por ello, somos amedrentadas y cuestionadas, no solo por hombres, sino también por mujeres que sienten que los movimientos feministas no las representan. La violencia constante es la herramienta de intimidación utilizada para devolvernos «a nuestro lugar», para relegarnos nuevamente al ámbito privado. Un claro ejemplo de esto es lo que está ocurriendo en nuestro país vecino, Argentina, donde se eliminó el Ministerio de la Mujer y se dejó de tipificar el femicidio como un delito en su normativa legal. O en Afganistán, donde a las mujeres se les prohíbe estudiar e incluso hablar en público.
En esta fecha tan significativa, recordemos que, si hoy podemos trabajar, opinar, estudiar, conducir, ganar nuestro propio sueldo, ser dueñas de nuestros recursos, votar y divorciarnos, es gracias a las luchas y resistencias de mujeres que allanaron el camino para conquistar estos derechos, los mismos que hoy están amenazados, cuestionados y ridiculizados. Nada nos fue otorgado por derecho; todo tuvo que ser exigido. Y hoy, más que nunca, no debemos olvidarlo.
Sé que es difícil ser mujer en el mundo. Es difícil ser mujer en un lugar donde cada día nos matan, nos violan y ponen en duda nuestra existencia y derechos. Qué difícil es denunciar la violencia y ser cuestionada, revictimizada y humillada en un sistema judicial que no funciona, que cansa y que castiga. Es duro ser amedrentada, castigada, cuestionada, culpabilizada y humillada por alzar la voz. Es doloroso ser violentada de manera transversal en la mayoría de los contextos. Es desgarrador ser comparada con el nazismo. Es aterrador vivir con el miedo constante de perder lo que, por derecho, nos corresponde, lo que ha costado años y décadas conseguir. Pero la historia nos muestra que nunca ha sido fácil, que este es un escenario conocido para las mujeres y que la táctica de amedrentamiento a través de la violencia es una estrategia ya vista.
Por eso, este 8 de marzo hago un llamado a estar alerta, a resistir, a no dar por sentado lo que consideramos obvio. Ahora más que nunca, debemos mantenernos unidas, educar en sororidad y cuidarnos entre nosotras. Sobre todo, mi llamado es a no callar. Negar y cuestionar nuestros derechos es una forma más de violencia, y nuestra voz es nuestra mayor arma de lucha y resistencia.