Jorge Valdés, académico de fonoaudiología y director del Diplomado en Neurorrehabilitación Fonoaudiológica en Adultos de la Universidad San Sebastián, explica de qué trata esta enfermedad.
La enfermedad de Parkinson es la segunda enfermedad degenerativa más frecuente después del Alzheimer. El número de casos nuevos de Parkinson aumenta significativamente con la edad: 41 casos nuevos por 100.000 personas en el rango etario de 40 a 49 años, y aumenta a 1.087 casos nuevos por 100.000 personas de 70 a 79 años, siendo más frecuente en hombres que en mujeres.
Mundialmente, el 11 de abril se conmemora el Día del Parkinson, con el fin de educar a la población acerca de la enfermedad y de cómo contribuir cada uno desde su posibilidad a un mayor funcionamiento y mejor calidad de vida, no sólo de la persona que padece de Parkinson, sino que también de su entorno.
A lo largo del curso de esta enfermedad se evidencian dificultades motoras, una pérdida progresiva de capacidad física y mental conducentes a una discapacidad total. La sintomatología clásica suele aparecer cuando la degeneración neuronal se ve ya muy avanzada, siendo los temblores en la mano, lentitud en el movimiento de las extremidades o rigidez muscular los síntomas frecuentemente asociados a este diagnóstico. El rostro puede dejar de mostrar expresión o los brazos pueden no balancearse con naturalidad al caminar.
El académico Jorge Valdés, fonoaudiólogo y director del Diplomado en Neurorrehabilitación Fonoaudiológica en Adultos de la Universidad San Sebastián, explica que podrían cursar trastornos deglutorios que pueden provocar baja de peso, dificultades respiratorias como la neumonía aspirativa y disartria, que genera que el habla pueda volverse monótona o arrastrada, produciendo dificultades para que el resto entienda lo que dice la persona afectada.
A lo largo de la enfermedad, “también se podrían encontrar algunas dificultades neuropsiquiátricas como alucinaciones, apatía, trastornos cognitivos que pueden llevar a una demencia asociada a esta enfermedad, que no es igual a las dificultades que podría tener una persona con Alzheimer, por ejemplo”, señala.
Todas estas dificultades, en su conjunto, afectan tempranamente la calidad de vida de las personas con Parkinson, así como la de su entorno cercano. Es por eso, que surge la necesidad de contar con el apoyo profesional multidisciplinario, no sólo enfocándose en la persona que padece la enfermedad, sino también educando a la familia y a la sociedad en su conjunto.
“Especialmente, porque las investigaciones internacionales y nacionales confirman que la población está envejeciendo, la esperanza de vida está aumentando, por lo que se debería esperar que también el número de personas con esta enfermedad aumente, obligando a la formación de profesionales especializados y a la adecuación de las políticas públicas que permitan cubrir las necesidades”, indica Valdés.