Cuando el reloj marcaba las cuatro de la madrugada con 18 minutos, Gabriela Mistral fallecía. Según relató a El Mercurio el 9 de enero de 1957, Doris Dana la Nobel había perdido “el conocimiento con una sonrisa”.
A finales de 1956, la poetisa ingresó en un hospital de Nueva York muy enferma donde le diagnosticaron el mortal cáncer al páncreas.
En noviembre de ese año, se recuperó y escribió en su testamento que quería morir en su “amado pueblo de Montegrande”, donde vivió desde los tres a nueve años.
Además, dejó establecido que de todos los libros vendidos en Latinoamérica, una parte importante de los derechos de autor debían ser entregados a los niños pobres de ese lugar, aunque cada vez se vio más afectada por el cáncer.
El 2 de enero de 1957 volvió a internarse, esta vez definitivamente, en el Hospital de Hempstead, en Nueva York. Finalmente, el 10 de enero se produce su deceso.
Su cuerpo fue trasladado a Santiago. Mientras los edificios públicos izaban sus banderas a media asta y se decretaron tres días de duelo nacional, la nobel fue velada en la Universidad de Chile. El pueblo chileno pudo visitar su cuerpo en la capilla ardiente, antes de ser sepultado en el mausoleo de los profesores del Cementerio General. Recién el 23 de marzo de 1960 se cumplió su última voluntad. Mistral fue trasladada a su pueblo de Montegrande, lugar donde descansa hasta hoy la poetisa del Elqui.